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“La ovación de la gente en el green del 18 era algo que imaginaba desde hace años, solo que llegó dos días antes de lo que había soñado”, dijo Rory McIlroy al terminar la ronda del viernes. Todavía no lo debe poder creer. El Open se iba a definir en donde siempre soñó y él iba a estar mirando las últimas dos rondas por televisión. Ni en su peor pesadilla vivió lo del jueves. El comienzo fue un shock, pero había acomodado la ronda y lo peor parecía haber pasado hasta que llegó al 16. Un doble de la nada, errando un putt de 45 cm, y el cierre con triple el 18 fue un golpe de knock out. Volvió el viernes como solo los muy grandes lo hacen y peleó hasta el final para terminar quedando afuera por un solo golpe. Su fabulosa ronda de 65 golpes no alcanzó y el dolor fue grande. Porque tenía claro que a 9 golpes de los líderes tenía una muy buena oportunidad jugando temprano el sábado si repetía lo del segundo día, pero jamás sabrá qué hubiera sucedido si jugaba el fin de semana. El jueves cuando terminó admitió haber sentido algo de nervios en el tee del 1, algo muy normal cuando esperaste por ese momento toda tu vida. Todos pensaríamos que a McIlroy eso no debería pasarle y que de sucederle debería controlarlo, pero no fue así y el castigo en ese primer hoyo del Open fue muy grande. Nadie duda que Royal Portrush volverá a ser sede del campeonato dentro de los próximos 10 años y McIlroy tendrá otra chance de pararse en el tee del 1 para cumplir el sueño de ganar en casa. El comienzo será seguramente muy diferente. El final también.